Mayo 2008

Rodeado de agua grisácea, sintiendo cómo la oscuridad acaricia mi rostro, desvío la mirada a mi acompañante. No recuerdo haberlo visto en la vida. Pero algo me dice que estoy fuera de mi propia vida, mi corazón no responde de mi mente, los latidos no acompañan a mis sentidos.

Oigo un llanto, ¿es mi cabeza o estará alguien esperándome en el fondo de esta caverna? El encapuchado no parece inmutarse. Está demasiado absorto en el vaivén de los remos, dirigiéndolos con rectitud y eficacia, como si de algún antiguo ritual se tratara.

La negra agua parece marchita, los pecados de quienes lloraron sobre ella, alimentándola con sus lágrimas, parecen haberla corrompido. Está calmada, no muestra fuerza con poderosas olas, no es el mar. Semeja un gran cadáver, descansando al fin, sin dar señal de respiración.

Respiración…. ¡Oh! ¿Cuándo fue la última vez que exhalé un suspiro? ¿Que noté la fresca brisa oceánica acariciar mi pecho? ¿Acaso este lago, la barca y mi misterioso acompañante son reflejos de mi imaginación? ¿Una burla o trampa de mi mente? ¿Un sueño? Si es así debe ser uno extraño, una horrible y opresora pesadilla.

Mi corazón no late y mis pulmones no respiran…. Y lo peor de todo es que mi mente no lo echa de menos. A ella sólo le llegan oscuras y frías sensaciones. Mi alma se deshace, se desgarra, se contamina de este halo de muerte. Sombrío y dichoso destino, ¿será el fin del viaje también el final de mi existencia?

Por fin estoy fuera de la caverna, ya distingo el horizonte, se expande hasta donde mi vista alcanza, parece ser el culmen de la oscuridad de todo aquello que alguna vez ha sido creado y percibido.